Inspirada en el Don Juan de Moliere, la adaptación acentúa aquello que el original sugiere: un Don Juan que desarrolla a una postura filosófica general que le da al cuerpo el lugar que no debió haber perdido en su milenaria disputa con el espíritu. El texto se nos presenta como generador de la idea y efecto de la pulsión del cuerpo de Don Juan; la tarea de Piero Anselmi, el actor en el cuerpo, da vuelta como una media el sentido y –tal es la tarea genuina de un actor- justifica la idea a partir de sus pulsiones. Explota la dialéctica de causa-efecto: ¿Qué es peor que un hipócrita que no es capaz de vivir según se piensa? Pues aquel que piensa, a partir de cómo vive. Eso sí, jamás se lo acusará de hipócrita.
Del mismo modo la teoría general del teatro se ha encontrado en la disputa entre cuerpo y espíritu y esa batalla se dio en el mismo Constantin Stanislavki. En insolente resúmen, se podría afirmar que Stanislavski partió de lo interno -¿el espíritu?- para justificar la acción externa, basado en teoría psicológicas de la segunda mitad del siglo XIX; luego –como el solvente Piero Anselmi- dá vuelta como una media la idea general, y propone que la acción –del cuerpo, qué otra- encuentre ulteriormente lo interno que la justifique.
La academia ignoró a Stanislavki, así como una buena parte del mundo del teatro tergiversó y ocultó la parte más rica de su densidad teórica. Es gracias, entre algunos, a Raul Serrano que Stanislavki abandonó el terreno místico que lo arrojó Lee Strasberg y el Actor Studio. Pero, repito: la academia lo ignoró. Husserl y luego Merleau Pontý, y con ellos la corriente fenomenológica toda, abreva sin un reconocimiento, en los detallados estudios del lenguaje-cuerpo que le debemos a Stanislavki.
La idea general se explicita más en el trabajo de Jorge Diez. Ora padre de Don Juan, ora Comendador, es el actor de la dualidad contra la que se lucha. Un padre-cuerpo; un comendador incorpóreo, el convidado de piedra. La estatua es receptáculo del espíritu, pero la piedra no suple cabalmente al cuerpo –en la versión de Serrano, claro-, por tanto no tiene acciones, no tiene deseos, no tiene intenciones. Jorge Diez nos regala una versión stanislavkiana con el padre y una versión brechtiana con el comendador incorpóreo, una actuación “en función de…”
El Sganarelle de Sergio Pascual también “es en función de…”, pero es cuerpo que actúa la lógica de la catequesis –aunque no la teología1– así como Watson actúa la lógica burguesa ante Holmes, y Sancho Panza, la lógica popular ante Don Quijote.
Quienes militábamos en política se nos afirmaba que “el adoctrinamiento se produce en la acción”, y no en la cátedra. Así, Serrano, multiplica la praxis -el cuerpo-, como motor inmóvil de la teoría -¿el espíritu?
1 Permítaseme decir que la tradición cristiana más ortodoxa le otorga al cuerpo dimensión sagrada, en tanto “imagen y semejanza” de Dios, y su justificación más cabal fue la importancia de Dios-cuerpo de Jesús, y la eucaristía, el comer el cuerpo y la sangre de Dios. En dos mil años de historia varias corrientes cristianas que consideraron al cuerpo como “pecaminoso” fueron separados, anulados y hasta anatematizados. Fue la catequesis moderna –de la “modernidad”, digo- la que simplificó cierta separación, con fines penosamente pedagógicos.